La doble cara de Loera: achichincle de Adán, funcional al PAN

La doble cara de Loera: achichincle de Adán, funcional al PAN

En la política hay quienes actúan a plena luz del día. Y hay otros, más peligrosos, que trabajan desde las penumbras, donde los principios se disuelven y las alianzas no se forjan en torno a un proyecto, sino a conveniencias transitorias. El senador Juan Carlos Loera de la Rosa parece haberse especializado en este tipo de cálculo.

A simple vista, es un morenista fundador. Fue delegado del Bienestar, candidato a gobernador, y hoy ocupa una curul en el Senado de la República bajo las siglas de la Cuarta Transformación. Pero si se sigue el hilo de sus acciones recientes, la narrativa se torna más compleja. Y sospechosa.

Desde hace meses, Loera ha emprendido una ofensiva sistemática contra figuras de su propio partido. Ha atacado públicamente a la diputada Brenda Ríos, a la delegada de Bienestar Mayra Chávez, al presidente municipal de Ciudad Juárez Cruz Pérez Cuéllar. Todos actores claves del movimiento. Todos con respaldo territorial real. Todos, cercanos a la presidenta Claudia Sheinbaum.

¿Por qué el fuego amigo? ¿Por qué alguien que debería construir unidad se dedica a dinamitarla?

La respuesta se mueve en dos planos que, en apariencia, se contradicen… pero que, en realidad, se complementan.

Por un lado, Loera responde al grupo de Adán Augusto López Hernández, actual coordinador de la bancada en el Senado. Operadores locales y columnistas han documentado que Loera ha funcionado como brazo ejecutor del “adanismo” en Chihuahua, golpeando políticamente a quienes no se alinearon con ese proyecto en la interna presidencial. Un ajuste de cuentas posprimarias.

Y no está solo. La senadora Andrea Chávez, también alineada a Adán, ha replicado ese mismo patrón: embestir a sus propios compañeros en el movimiento para posicionarse artificialmente en el tablero de 2027. Loera y Andrea se han convertido en los alfiles de Adán en Chihuahua —o como ya los llaman, las chachas del adanismo— para hacer el trabajo sucio de su jefe político.

Mala suerte que Andrea cayó en desgracia tras el reciente jalón de orejas presidencial por el uso indebido de recursos y propaganda anticipada, dejándola fuera de cualquier posibilidad de competir, incluso en Juárez, pues insiste en desobedecer a la presidenta más poderosa del mundo. El discurso de la ética militante la dejó fuera de juego. Pero Loera, en su obstinación, decidió doblar la apuesta.

Ahora, a través del Senado, ha intentado posicionar una narrativa de “anticorrupción” basada en la existencia de un supuesto “cártel del agua”, señalando sin pruebas a antiguos funcionarios con concesiones de hace más de una década. Sin embargo, su discurso tiene una coincidencia alarmante con la narrativa oficial del PAN en Chihuahua: criminalizar al sector nogalero, dividir a Morena desde dentro y explotar el tema del agua como arma política.

Es decir: mientras se presenta como defensor de la Cuarta Transformación, Loera le hace el trabajo sucio al panismo gobernante.

¿Está con Adán? ¿Está con el PAN? ¿O simplemente con su propio delirio?

Porque no por nada, entre sus propios compañeros de partido, ya no le dicen Loera… le dicen “Loquera”. Porque le encanta “agarrar la loquera”, montar shows sin sustento, pelearse con todos, y golpear sin estrategia a quienes sí construyen en el territorio.

Y tampoco es casual que en Delicias, los agricultores lo expulsaran con huevos y gritos. Hay videos que muestran el repudio popular al entonces delegado federal, quien tuvo que salir literalmente con el gorro torcido, intentando explicar lo inexplicable: su incapacidad para atender la crisis del agua cuando tenía poder para hacerlo.

Ese episodio no fue simbólico. Fue un parteaguas: el pueblo lo repudió por ineficiente. Hoy lo repudia por traidor.

¿Qué queda de Juan Carlos Loera?

Un senador que usa su investidura no para enaltecer el Senado, sino para hacer grilla de cantina;
un político que ataca a las mujeres de su propio movimiento, pero calla ante la corrupción del gobierno panista;
un operador que se dice leal a la transformación, pero actúa como emisario del viejo régimen.

En la vieja política se les llamaba mapaches. En la nueva, se les llama funcionales conscientes de su traición.

La pregunta sigue abierta:
¿Quién le dicta línea realmente a Juan Carlos Loera?
¿Adán? ¿El PAN? ¿O su propia ambición disfrazada de ética?

Y por si quedara alguna duda de a quién le está sirviendo Loera, el coordinador del PAN en el Congreso local, Alfredo Chávez, ya salió a aplaudirle públicamente y hasta lo animó a que presente denuncias en contra de Brenda Ríos. ¿Qué tan sólida será la alianza entre Loera y el PAN, que ya le dan línea desde el Congreso local?

Loera dice que defiende a Morena, pero los del PAN lo celebran más que sus propios compañeros de bancada. Al paso que va, nomás falta que lo inviten a la plenaria panista o que le den su credencial de simpatizante. Aunque pensándolo bien, tal vez ya la tenga… solo que no la muestra.

Sea quien sea, ya quedó claro: Loera no construye. Loera divide.
Y cuando habla, erosiona a su propio partido.

Esto ya no es grilla. Hay consecuencias.

En este contexto, la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de Morena está llamada a actuar. No puede mirar hacia otro lado. Porque no se trata solo de un senador polémico, sino de un militante que ha minado la unidad del movimiento, ha utilizado el poder institucional para agredir a compañeras de partido, y ha sembrado discordia en un momento delicado.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha sido clara: se necesita ética militante, reglas claras y unidad interna. Loera ha vulnerado los tres principios.

Y si Morena quiere consolidar su segundo piso como proyecto histórico, deberá empezar por limpiar la casa.
Porque la traición que se tolera… se multiplica.